Por Fernando González Vidal
Y si espero con el correr del tiempo a que se dibuje un rostro
De nobles proporciones, que halaga mi vista y pueda visitar su
Ininterrumpido descanso, para agotar las precipitaciones del verbo,
Y desandar deseos de silencio y espera.
Volver entonces pasajero mi diario de silencio,
Una crónica de lo nuevo pero sin desgastar sus aristas.
Para devorar las horas, bajo sábanas diurnas y desafiar el hastío,
Hasta condenarlo a un destierro temporal.
Porque es inevitable su presencia otra vez, después de haber recorrido
Otras sábanas, otros rostros, otros brazos, otro tiempo que no puede evitar
La corriente inefable de su amparo, al abrigo de mi tiempo.
Pues no he descubierto más que el vago disimulo al tiempo verdadero
En la incansable tarea de crear falsos sortilegios en la manera de vivir,
En la vacuidad prematura en el verbo hablado, y el esmero disimulado,
Por aspiraciones que solo destacan su particular artificio,
en construir bacanales de compromisos inclinados,
a la decidida emancipación de una idea original, que nunca logra serlo.
Entre promesas, para un éxito programado
A mediano plazo, o corto, si se es lo suficientemente efectivo para complacer
Al descaro irreverente de la sagrada familia,
y el grado convergente de sus lineamientos hacia el futuro prometeico.
Todo para volver al vaso de agua y limón al mediodía,
La salida no programada por que ya el tiempo no se ha diluido,
Sino, hice que huyera de su suerte de antifaz y papel picado.
Para ganar un nuevo lugar y poder volver por él, cuando esté dispuesto,
A alcanzarlo pronto, o después, sin sobresaltar ningún adjetivo, sin ocuparme
Por la tarde o noche, porque es infrecuente la mañana en los días,
Mientras mi ausencia se hace risible en los oídos de otros, para perderse silenciosa
Entre las hojas movidas por entre las tumbas.
Itinerario 2. O las cadenas de Prometeo.
Parecía que después de todo había tomado una determinación.
La de ponerse al encuentro de su destino.
Cuales serian entonces, las vías de lo posible?
En torno a los afiches, todo parece tener sabor alcanzable.
Insinuantes pasarelas perdurables del éxito.
De allí corrió en busca de un lugar, para poder tomar su porción del fuego sagrado.
Pero no tuvo en cuenta cual es el precio de ése designio.
(Por haber dado ése fuego, a los mortales, Prometeo fue encadenado, como castigo por los dioses).
No recordó, o quizá no supo el pesar del hijo de Io.
De a poco se resolvió a transitar su destino.
Tocó las sugestivas formas, que tras la vaporosa ola de sueños,
que proponen las academias aplicadas a engendrar vástagos sudorosos detrás de los escritorios,
sudando, prolijamente la deseada gota de su sueño.
Se olvidó con el tiempo de aquel algodonoso entusiasmo por la conquista,
Encontró, las palaciegas promesas de la política, el deber, la sagrada familia,
El reencuentro de sus pares, y la inagotable fuente de sueños,
Venus, su ennoblecedor norte, su póstuma llegada, su inagotable inspiración.
Corrió el tiempo, tras los desgastados susurros del entorno,
Buscó las alternativas voces de la distracción, en la augusta forma de las artes,
sin saber que ya en ellas, no se encontraban más las marcas de su antiguo saber.
Saltó hacia el lugar donde las multitudes, esconden su forma más brutal,
para hacer oídos sordos a los estragos de lo que ni siquiera pueden ver,
y algunos con pasión casi exagerada se obstinan en pronunciarse a favor.
Con cada encuentro, solo fue horadando el desierto.
Sus manos, y su voz comenzaban a ajarse de tanto ver disipada su entusiasta esperanza de conquistar aquel fuego divino.
Y la noble diosa del Olimpo no apareció a su encuentro.
Para no agotarse de inmediato, subió su apuesta a los meandros de la osadía,
quiero decir que embargó sus días, en los riachos de la adquisición por plazos,
para ir completando enceres alrededor de su persona, sin sospechar que posiblemente de ella.
Si seguía acumulando objetos de preciosismo exterior, se alejaría de su objetivo,
para perderse en el vacío de la oferta, de todo tipo y molde,
para por fin, terminar absorbido en el goteo de su extinción.
Y Venus mientras tanto, no aparecía.
Paseó por los recorridos que espera todo mortal, inconsciente de su destino,
y de su designio, por los anchos pasillos del ocio y el placer desbocado,
tantas veces como pudo su sentido soportarlo.
Encontró, las vaguedades del amor frecuentado con ases de mentira y la entusiasta pasión,
para ir desagotando en ellas, los balanceos de la misma,
desconociendo la verdadera, y alejándose más de alcanzarla alguna vez.
Pero todo esto no lo notó, solo cuando se supo en el vacío total, la detención.
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