Por Alejandra Mendé
Debajo de las ruinas del templo, está la verdad, dijo.
Lo afirmó. Ciertamente tenía en sus anotaciones un dato. El dato. La verdad acerca de qué, o de quién, o de cuándo. O talvez simplemente fuera una verdad. Pero no. Abrió el ojo gigante del perfil iluminado por la luz exterior y tomando una piedra quebradiza que antes había sido una parte de la mampostería del templo, con absoluto convencimiento, dijo que se trataba de la verdad, de toda la verdad, de la verdad a secas. Y lo miramos desconcertados, incrédulos, seguros del borde que se borraba entre la cosa seria y alguna conexión con lo ridículo. Hasta que volviendo los dos perfiles a la luz, controvertido por sus propias afirmaciones se sentó al costado, en otra parte de la ruina y, prácticamente, nos insultó: ¡Idiotas mal paridos! Les digo, que la verdad está debajo de las ruinas del templo y no me quieren creer.
Ustedes, están domesticados y perdieron la consciencia.
Aún así, en medio de lo que estábamos haciendo, puede ser por la importancia que le dábamos a eso, o porque esperábamos algo más, no le dimos lugar a los insultos y nos limitamos a mirar, como si pudiéramos desnudar el piso bajo nuestros pies. Así, cada uno de nosotros empezó a buscar lo suyo, su ilusión más remota, su utopía privada. Insistimos pero nunca nada.
Cuando nos dimos cuenta, se había ido gritando. Quisimos preguntarle más pero ya había cruzado la pradera. Únicamente pudimos ver como se perdía de vista. Desde que había comenzado el episodio, desde que nos había dicho eso de la verdad, nos miramos unos a otros por primera vez. Un grupo de idiotas con pedazos de piedras en las manos a la deriva, instigados a pensar y a sentir falsas profecías e ilusiones sin fin. Era evidente, por lo menos lo fue para mí, que él estaba dispuesto a empezar allí, dónde nosotros creíamos que todo estaba cerrado. Nos contaron en las paradas subsiguientes, que levantó templos y los dejo caer, que era un insensato y que nosotros éramos tipos diferentes, porque éramos tranquilos y no andábamos por ahí, pidiendo explicaciones acerca de por qué no se concretaban nuestras aspiraciones.
Me abrí de todos para pensar la insensatez.
Ahora, amontono fragmentos de estatuas que yo mismo esculpí. Y digo, que en el fondo de esos montículos está la verdad, para que se zambullan los idiotas y algún segmento de la paradoja no caiga en saco roto.
Y siguen siendo los idiotas, ojala en tus montículos no floten como...hacne siempre. Muy bueno el blog!!
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