domingo, 1 de marzo de 2009

Polvo de mariposa

(Por Alejandra Mendé)

En 1963 las mariposas invadieron la ciudad de Buenos Aires, si no todas las calles, al menos recuerdo haberlas visto en Talcahuano entre Córdoba y Viamonte.
¡Centenares, posadas en los mármoles de las fachadas o al ras del césped en la plaza de enfrente!
Estos insectos, de metamorfosis completa, tienen para mí, intima relación con el parricidio. No sé por qué, siendo criaturas tan sutiles... Efectivamente, mi padre murió aquel año en el que aparecieron en forma masiva.
Creo que en primaveras anteriores yo solía cazarlas con la raqueta.
Estoy segura que en las primaveras que siguieron a ese año – confirmando el estado crepuscular de mi corazón infantil - las mariposas no volvieron ya. Ni a la plaza, ni a los mármoles de las fachadas de Talcahuano.
La pubertad me encontró persiguiendo un ejemplar azul y negro. Obsesa e inyectada de un aire irascible y torpe, corría tras esa vida tenue y exótica.
La clavé en el cartón blanco y luego coloqué el marco. Estaba tras el vidrio. ¡Qué azul más azul y qué oscuridad de negro! Laqueaba el polvillo fijando la figura abierta con la idea de una perdurable quietud.
¿Qué instinto de crueldad - obvio y preciso- me impulsó a hacerlo?
Culpa y desvelo me trituraron después, al filo, en el borde de un ala.
Durante mucho tiempo ha estado en la caja. Es la única mariposa que he visto en años. Pero hoy trepé un escalón más arriba. Mi padre no ascendió a este lugar, que es más alto que todos los lugares que él haya pisado.
¿Porqué es tan difícil estar un tanto más que el padre en cualquier cosa, romper el silencio y hacer girar la rueca de la mano sonámbula y resucitar la antigua rabia que el perro muerto no calma?
Miro rodar la cámara de la bicicleta por debajo de mí, ahora, después de tantas primaveras desérticas, una mariposa vuela entre las guías y los vientos que provocan los rayos. ”¡No te quiero pisar, no te rebeles, no seas liviana!” Grito casi silbando. Y sigue, moviéndose como los alamares de mi saco de aquí para allá.
Padre, he pecado. Clave una mariposa enorme de azul-negro y la guardo en la caja de vidrio para que sea perdurable y tiesa. Y a metros de aquí, entre los rayos, otra mariposa quedó atascada en la rueda.

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