miércoles, 7 de septiembre de 2011

Aquella Canción

por Lucas


La pesada carga no correspondía al kilaje de lo que acarreaba  sobre los hombros. Esas cintas enganchadas que caían por la espalda para fundirse en una bolsa;  un saco lleno de sentimientos, de historia, de idas y vueltas; de momentos inolvidables, y de tantos de instantes. Segundos que arremetieron sin preguntar, sin llegar a proferir ningún tipo de ademán; ni presentaciones ni bienvenidas. Cualquier tarde, simplemente, ese instante sucedió.
La situación; una siesta cualquiera, el sol lamía las baldosas cociéndolas al mismo ritmo con el que cada día, se deja caer sobre la seducción del horizonte. Seducción con la que todos tropezamos alguna vez, sino siempre.
Él a paso ligero, calle abajo; y sobre un portal con portero eléctrico se dejaban ver mil ventanas abiertas, una en particular en el primer piso del edificio, que s
e elevaba un poco más que el resto, con las cortinas colgando por fuera, eran de un color que imitaba al del cielo aquel día. El inmueble era secundado por dos gomeros que regaban la fachada gris con la comedida sombra necesitada, que no oponía objeción y parecía congelada, casi pintada sobre la pared principal de la construcción.
Al pasar por allí, el tranco amainó gracias a una melodía eterna, sonidos que se volvieron tan familiares como ecuménicos. El caminante, no cedió su paso, incorruptible a la hora de moverse y cumplir bajo la frialdad del reloj, fue entonces su mente la que había quedado imantada con aquel himno, una vez más. Aquel pequeño viaje para cumplir con la obligación pactada el día anterior, deber el cual ofertaba darle un giro a su rutina diaria (que es su vida), acabaría con aquella eufonía insuflada en el subconsciente, no hizo falta el jarabe, ni la  inyección endovenosa. Los sentidos festejaron y abrieron paso a la endorfina; ese instante ya era recuerdo, el del recorrido hacia lo que había que hacer, el de la tarde soleada, el de aquella canción.

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