domingo, 6 de diciembre de 2009

Berlín

Cada mañana la ventana se encendía para mostrar lo mismo, el plomizo olvido se enredaba con el odio y levantaban la pared. No recordaba el camino, ni las penas, ni los ojos que se expandían detrás del muro. La cucharíta hacía remolinos mareando el azúcar y el café, que nunca estaba tan tibio, se desesperaba mientras mi mirada se perdía para imaginar el rostro que reía gris del otro lado del transistor.
Al salir de casa me recibía la calle vestida con el impasible frio de noviembre, en los próximos meses el clima sólo iría a peor, ser otoño en Berlín no permite ser cercano o mesurado pero ser invierno es hundirse en un profundo entumecimiento, por estos lares no son únicamente las estaciones de tren las que se encuentran desoladas y apartadas entre sí.
De camino a la oficina cruzaba, día tras día, las mismas puertas, veredas y miradas, mientras el viento corría a contramano y me atravesaba, intentando aletargarme en un tiempo que se detuvo hace casi 30 años.
Por este tipo de cosas comencé a dudar de si seguía vivo o había muerto hacía varias semanas o meses, me intrigaba la posibilidad de que alguna tarde risueña le hayan silbado a mi vida desde el otro lado de la pared, no queda claro pero todo me hace pensar que pudo haber sido la libertad, y entre sueños que andaban en puntas de pie por no molestar, mi vida no quiso pensar más y se fue abandonando su cuerpo, que es el mío, dejó sonando la alarma de un despertador que no logro apagar. Tampoco quedé solo, cada tanto mi alma me vuelve a dirigir la palabra, lo hace cuando escucha al silencio pedir, y por no contestar, se gira y me pide explicaciones a mí, que por que hace frío? Que si el cielo se ha acercado para reducir el silencio? o donde encontramos el espejo del tiempo? Y cosas así.
Lo curioso es que no me haya dado cuenta, que si todo esto es vivir o estoy muerto en vida. O capaz que la diferencia se había vuelto demasiado insignificante como para percibirla. Aunque la libertad no suele confundirse, sino que somos nosotros a los que nos gusta ver lo que no es, y creer dejar cuando en realidad no paramos de absorber aunque tampoco tragar se nos de bien.
Volvió a silbar y esta vez la pared logró derribar, ya no me siento tocado por la distancia pero aún sigo viajando por los años buscando la línea desgastada en la memoria registrada.

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