
No iba a dejar de existir si Mirko no lo veía, él creyó que si, y maldecía su suerte, compañía inseparable aquella cerrada noche del pasado martes. Por perderse mirando el cielo y encontrar aquella cosa flotando de manera lejana y presente, tragó el armonioso malestar que le sugerían sus pensamientos, con nuevos planteos a su adiestrada, y hasta el momento, hegemónica forma de ver las cosas, para su póstuma reflexión.
Mirko se había convencido, luego de alejarse de una difícil niñez, que podría forjar sus propios cambios, que él decide sobre si mismo, que como individuo, tiene mas peso sobre el mundo que la lógica determinista del sistema o del curso de las cosas en si. Cada mañana le escupía al espejo miradas llenas de una convicción necesitada e impuesta: yo decido mis minutos, yo decido mis momentos, soy libre de creer o de abandonar mis sueños.
Pero aquella cosa en el cielo amenazaba su estructura, además de postularse para finiquitar la existencia humana. Se acercaba, si aquel martes sorteó sus creencias, el miércoles fue psicodélico para su cabeza. Ocultó la normalidad y salió a caminar, a dar unas vueltas, visitando a los amigos, terminando en algún bar. Llamó a la puerta de una antigua novia, que vivía del otro lado de la avenida, pero salió un viejo portador de esos rostros con contraindicaciones, Mirko optó por no preguntar… se fue nomás. La decisión de buscar a Tamara no oponía ninguna otra razón mas que la de enseñarle aquella cosa en el cielo, para saber que opinaba al respecto, para ver la reacción de su rostro, para ver si lo entendía. Buscarla no era encontrarla, ni en intenciones ni en resultados, solamente lo hizo para saciar sus necesidades, para distraer al reloj. A Tamara no la localizó pero si a unos amigos, que imploraban arrojo y decoraban, como todas las tardes, la última mesa del bar. Con ciertos aires altruistas y gestos típicos de un clan napolitano, a “Los del Fondo” (como eran conocidos) les fue indiferente, se rieron de lo dicho por Mirko, lo hicieron todo el tiempo, a carcajada limpia pasaban de las palabras de Mirko como si se tratara de un comentario oído a la mitad de un paso de cebra.
Mientras tanto los medios seguían debatiendo sobre el bigote de tal líder político, o los goles que ya no hacen los virulentos muchachos de la casaca azul, pero nadie hablaba de aquella cosa en el cielo, la veían, y les daba igual, cada día que pasaba estaba mas cerca, sus intenciones amenazantes se veían truncadas al recibir indiferencia, por mas gritos que uno pegue, por mas peligroso que sea, si no inquieta, si no desafía, no será una amenaza, sino un hecho que puede o no pasar, y punto. Pero para Mirko todo era diferente.La semana siguiente despertó con la nueva noticia que alarmaba a toda la sociedad, la misma que gritaba desde la portada de todos los periódicos, que se movían angustiados: el equipo nacional de lacrosse quedaba eliminado de la fase de clasificación previa al mundial, toda una tragedia nacional. Pero Mirko seguía observando aquello, y ya no le costaba creer que su esfuerzo por el libre albedrío se dividía al ver lo que sucedía.
Se sentó en unas piedras, de lado de un río que amagaba con meterse en el puerto pero, siempre apurado, sólo dejaba escapar algunas olas como si fueran saludos a la distancia, la corriente no se detenía por partir sigilosamente hacia el mar. Donde ayer creció hoy se ausenta, Mirko y sus ojos muy lejos, comprendieron, justo cuando aquella cosa comenzaba a cremarlo todo ni bien tocaba la troposfera, que la sociedad lo había conseguido, que los limites mentales que el hombre masificó lograron concebir paredes de indeferencia que no se podrían derrumbar jamás, mientras el individuo va creyendo poder hacer lo que quiere, el sistema lo hace cada vez mas indiferente. Alienados e ignorados, impasibles arden todos por igual, sin alcanzar el desamor, ni voltearse al desdén que los mira desde el reflejo. Los mitiga esa cosa devolviéndoles la igualdad.
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