martes, 16 de junio de 2009

Es que no nos deja huir

(Publicación del húmero de Don Julio)

Por Lucas


Miko se encontraba en el baño de un bar, una tasca cualquiera, la típica taberna del centro. Dispuesto a ultimar su estancia en aquel lavado, descubrió, detrás de la puerta, casi en el único rincón sin luz y limpio del sucucho, una moneda de cinco céntimos. Miko se inclinó para agarrar la moneda, ya en su mano y como buen miope clavó el loable cobre frente al seño fruncido, inmediatamente comenzó a frotarla por su pierna derecha, se sabe que los jeans resisten todo tipo de golpes, de fricciones, de roces difíciles, esta en su naturaleza, como también esta en Miko la eficacia del instinto en el hábito, esa es su naturaleza.
La suerte de Miko se dividía y lo empezaba a fraccionar a él también, con su misión cerca y la tensión en aumento, un sonido ciego comenzaba a crecer y lo aturdía desde el silencio, Miko oía el galope palpitante del caballo mustio que iba recorriendo sus avenidas.

El rifle en su maletín para sacar tajada del gran cuadro que ofrecía el 8vo piso. Todo se deshacía en expectación, también las gafas perdían tiempo en la maleta mientras lo incitaban a finiquitar la faena. Su rostro, teñido con los rasgos del este, estaba casi tan frío como su mirada, aún así eran muecas calidas comparadas con el clima de su sangre. El hombre siempre cumplía con los mismos signos: suda frío, parpadea tres o cuatro veces y luego se crispa. Lo de siempre antes de anotarse otro mártir, era la artimaña del gatillo, el cual comenzaba a derretirse en su agonía al saber que sería oprimido. Percibía que poco a poco llegaba el momento, conocía la intención del índice, la de resbalar con malicia.

Mientras tanto a Miko lo custodiaba una capital imperturbable e indiferente, era como vivir en una ciudad fantasma, pero con las ventanas abiertas. La personalidad de Miko le debía mucho a esta ciudad, dio forma a su mente a base de palos, recurrente por mejorar su oscuridad y mezclarlo en la divinidad del eterno silencio, que como un karma se le cuelga todas las mañanas para luego envenenarlo en las noches con su presencia. La ciudad forjó en él un tipo que relegó a la sociedad para volverse inoxidable. Sin embargo, la vida lo asesinó ya hacía un buen tiempo, ahora resiste en la sombras para no sentir, a cambio de poder juzgar.

Cuando llegó la hora, el destino se hizo presente, ya se conocían con Miko, solían parar en el mismo infierno y en el mismo bar, donde muchas veces un lugar y el otro terminaban siendo el mismo. La parca ya aguardaba a la sombra del roble, el que no le ganaba ni una exhalación a la luz del sol. A todos los unía el mismo convenio, el mismo oficio, la suya era la amistad de los malditos.
Miko apuntó al corazón y deshizo otra vida; los días que se manifestaron y los sucedidos viven en un olvido transgredido. Mientras la parca carroñera arrastraba a los abismos una inocente presa sin consuelo, aprovechó el destino soberano para irse hacia otro presente.
Miko bajó por las escaleras de la desconfianza, cada escalón descendido lo volvía difícil, ya no observaba las cosas como tú las ves. Salió de la torre sin tener nada que dar, sacó de su bolsillo un paquete de tabaco arrugado, escondía apenas un cigarrillo, lo quitó y luego tiró el envoltorio. Había perdido el zippo en algún pasillo, de esos que unen pero no cambian de lugar. Levanto su mirada en busca de fuego, al borde de la vereda dispuesta a cruzar una calle espesa y desabitada persistía una mujer de blondo y largo cabello, Miko se acercó a ella para demandarle fuego, pero pudo más su curiosidad al ver la antagónica imagen de la rubia y el insufrible asfalto. “¿cruzas?”, preguntó. La joven se giró sin contestar, con una impugnable mirada ahogada en escepticismo observó a Miko a los ojos. Su voz se alejaba por un ruego, Miko, por no detenerlo se acostumbró a recortar el tiempo con las tijeras de la perversión, y formuló otra pregunta: “¿Esperas a alguien?”, la chica mirando a ningún lado contestó: “hay que dar tiempo al tiempo para pasar, espero la señal”. Una calle sin luces ni semáforos, pero ella aguardaba una señal.
Miko se alejó hacía algún bar, lamentando no haber conseguido fuego arrojó el cigarrillo por una boca de tormenta donde la tapa estaba abierta y decía en su inscripción metálica “Drenajes paganos”, tampoco lo dejó conforme no haber descifrado a aquella mujer que persistía en aquel intervalo, no fue todo por ser nada en una entupida (y estúpida) pregunta o una fría mirada. Hoy solo había conseguido cumplir su misión, por eso la apatía.
Triunfar después de morir, como tantos, y cada vez que despertaba, volvía a espantar las moscas de su memoria, que padecían de amnesia cuando Miko se recreaba en la penitencia.
Fueron ubicando de manera intransigente, gente en su mente, a cuenta gotas o no lo poblaron todo. Miko no los pidió pero ellos están ahí, como la rubia, que también está ahí adoptando la forma de un interrogante que inquieta aturullando, como la constante ave piciforme que taladra a base de lapsus. Y en el falaz ejercicio alquimista de hacer del pasado un presente desdibujado, ninguno de sus inquilinos que disfrutan de su memoria recuerdan a Miko.
Nadie conmemoraba su cumpleaños, él, fiel a sus propias herejías, no cumplía con su aniversario hacía ya un buen tiempo. Pese que se haga presente en la misma fecha cada año, Miko, prefería dejarlo plantado. Comprendió que el discernimiento que ofrece el crecer debía ganárselo al espacio y a las circunstancias, no al tiempo, para Miko la madurez no corresponde a una cuestión de almanaque.
Y sintió donde tenía que ir mañana, asumiría la mascara para ser el sabueso que comienza a rastrear, en la heterogénea multitud, a la corroída soledad.
En días danzantes como huracanes, respirar es la parte menos fácil que toca demostrar, por ahí puede desfilar un verano infernal y Miko debería prescindir de enrocarse con su ensimismamiento, que usa los zapatos de revés y camina con el paso cambiado, a la bartola, por no intentar.

Muchas hermandades se regocijan en ser las joyas de la abuela, lo tienen todo en un término geográfico y social, pero no caerán mas allá, el desasosiego de la alquería desconocida les es más fuerte que el apetito de la imaginación.
Ingratito mundo el que frecuentan deambular, solo les ofrece una buena cantidad de prejuicios para desarrollarse ocultando la resignación de no haberse atrevido a asomar la cabeza fuera de sus madrigueras, donde tienen todo pero todo es ínfimo hasta para encontrar un horizonte fuera de sus fronterizas napias.

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