miércoles, 1 de abril de 2009

Por Fernando González Vidal

ADAGIO: La roca.


Miró sus manos, y los bordes resecos del acantilado.
Eran similares a las formas inagotables de sus sombras.
Derramó lágrimas de angustia antigua, prodigiosa en volumen
De desesperación.
No tuvo desde entonces más sueños, se secaron, como se secan
Los charcos entre las rocas, dejando la huella de sal.
Para servir de alimento a las ratas en verano.

Se evaporaron las formas de las viejas sombras,
O el día anterior.
Sus ropas se volvieron áridas, sin elegancia, vacías pero vistosas.
Se arrojaron más de un cuerpo deseoso al amparo de algún sueño banal.
Que a veces quiso recordar la imagen de aquella visión prodigiosa y simple.
Pero no pudo asegurar su forma, ni su olor, ni su sonido, ni su sabor…

Orado más sobriamente los laberintos de su memoria.
Acarició su superficie.
Los juntó con el sabor del deseo de su inicio.
Y estimó la primera advertencia.
No soñó más con su Venus, ni con sus manos, ni con su pecho, ni su cabello.
Se resignó al cuerpo inclinado de su ninfa.

Juntó otra vez sus pertenencias, como si fueran los utensilios de una mesa atenta.
…mientras el agua recorría los surcos de la roca.
Se precipitaron la tarde y su primera estrella, y no estuvieron ni Apolo ni Marte
En el crepúsculo.
Se emparentó con la forma del mineral vidrioso, que da formas interminables a quien
Esgrime el cincel.
Dibujo su rostro en una roca que no era desigual al impulso que la esgrimía.
Ella fue para siempre el elemento de su gesto,
Su dureza al igual que el diseño de sus líneas, son idénticos en sus tensiones y texturas.
Y sus partes blandas, igual al pulido de sus aristas.

Recorrió todo el acantilado.
Sufrió su geografía accidentada,
Se quebró con el dolor de la herida cortante,
Soportando el castigo, o quizá un mensaje incierto
En la encrucijada de su laberinto.

Se sintió conmovido por que el frió y el calor junto a la roca
Tienen otra textura.

Olvidó por momentos el dolor que lo asediaba.

Se habituó al espanto.

Se inclinó el silencio.

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